Vivaldi y las andanzas amorosas de Orlando, el Furioso
Desde hace ya unos cuantos años estamos viviendo un resurgir del repertorio barroco de los siglos XVII y XVIII, y no solo en su vasta vertiente sinfónico-coral, sino también en su terreno operístico
Desde hace ya unos cuantos años estamos viviendo un resurgir del repertorio barroco de los siglos XVII y XVIII, y no solo en su vasta vertiente sinfónico-coral, sino también en su terreno operístico. Atrás quedaron esas épocas doradas en el siglo XX de las estrellas del repertorio romántico y verista. Pero esos tiempos ya no volverán.
Ahora son otras las estrellas, algunas emergentes y otras consolidadas, las que están consiguiendo sacar lustre a un repertorio por algunos olvidado, o incluso denostado por otros, pero que hoy día llenan salas de conciertos de medio mundo.
Los teatros y auditorios se afanan por conseguir a esos ‘divos’ del siglo XXI, tanto directores como orquestas y cantantes, que saben que llenarán las salas con éxitos increíbles en muchos casos. Sólo hay que echar un vistazo a las programaciones musicales de Festivales y Ciclos sinfónicos para darse cuenta del enorme interés que despiertan sus actuaciones.
Y en nuestro país pasa igual, y no solo en Madrid o Barcelona, sino también en Santander, tanto en su programación de invierno como en su Festival Internacional en agosto, o en Oviedo, en Valencia o Sevilla por citar solo los más influyentes. Y en sus temporadas de ópera, más de lo mismo. Escasean los cantantes veristas, pero son abrumadores los especialistas en óperas barrocas. Das una patada, y tienes para elegir lo mejor de entre los mejores.
Una de las temporadas de ópera que más se involucra en ampliar su repertorio es la Ópera de Oviedo, que han tenido la iniciativa de llevar a escena una obra infrecuente como es el ‘Orlando Furioso’ de Antonio Vivaldi. Y el éxito conseguido les ha dado la razón.
De las cuatro funciones programadas, se ha podido ver la del sábado, día 22, con un lleno en el teatro Campoamor que demuestra el interés que despierta este repertorio, lo que justifica el viaje para ver una obra que rara vez se programa, a pesar de su enorme calidad musical.
Para llevar a escena este Orlando vivaldiano se contó con la producción original de la Fondazione Teatro La Fenice de Venecia en coproducción con el Festival della Valle d’Iltria de Martina Franca, a cargo del director de escena Fabio Ceresa. De la parte musical estuvo al frente el director Aarón Zapico, como gran especialista en música antigua, dirigiendo a la Orquesta Oviedo Filarmonía que, de nuevo, demostró su capacidad para adaptarse a un repertorio no habitual.
Este dramma per musica estrenado en el Teatro Sant’Angelo de Venecia en 1727, es la cuarta versión que Vivaldi componía del libreto original de Grazio Braccioli, basado en los poemas de Ludovico Ariosto. Las historias legendarias del personaje de Orlando dan mucho juego, con amores traicionados, magas, filtros amorosos, traiciones, locuras y animales de leyenda, como el llamativo hipogrifo, caballo alado con cabeza de águila, que se convertirá en un personaje más de la historia.
El director Fabio Ceresa se ayudó en el escenógrafo Massimo Chechetto y en el espléndido vestuario de Giuseppe Palella, para dar vida a tantas historias enrevesadas, formando una escenografía de apariencia sencilla pero que reunía todos los detalles necesarios en las distintas escenas. El fantástico diseño de iluminación completaba ambientes entre la luna y el paraíso de la maga Alcina. El llamativo vestuario cambiante de cada personaje, llenos de ‘brilli brilli’, tal vez excesivo, completaban un enorme trabajo escénico y teatral de alta escuela.
Por su parte, el director y clavecinista Aarón Zapico se hizo cargo de la Oviedo Filarmonía, de la que consiguió un sonido compacto, lleno de contrastes y afinados en todo momento. A destacar la estupenda labor del bajo continuo, en esta ocasión formada por David Palanca en el clave, Guillermo L. Cañal en el violonchelo, y Pablo Zapico en la tiorba. La opulencia sonora que Zapico imprimió a la orquesta fue el principal problema que se encontraron la mayoría del reparto vocal.
Así, el Orlando de la mezzosoprano Evelyn Ramírez, con un sonido vocal bien proyectado adoleció de escasa fuerza en los graves, lo que se notó mucho en su escena de la locura y en los momentos de bravura. Mejor estuvieron tanto la Alcina de Shakèd Bar, como la Angelica de Jone Martínez.
El contratenor francés Arnaud Gluck hizo un Ruggiero elegante y emotivo, estuvo brillante en su afamada aria ‘Sol da te, mio dolce amore’ acompañado por la exquisita flauta solista de Mercedes Schmidt, pero su escaso volumen vocal le jugó malas pasadas en sus escenas finales de bravura, en muchos momentos tapado por la orquesta. Bien la mezzo asturiana Serena Pérez como Medoro, esforzado y musical, al igual que César San Martín como Astolfo. Deficiente Maria Zoi como Bradamante. El Coro de la Ópera, coro Intermezzo, sonó brillante en sus intervenciones finales desde el foso orquestal.
En resumen, un buen tanto que se apunta la Ópera de Oviedo con este título, que podría haber sido un completo éxito musical de haberse conseguido un mayor equilibrio sonoro entre foso y escena. Nos quedamos con la moraleja que nos dice Astolfo en la escena final: “sabio es el que aprende con prudencia del fracaso”.