domingo. 21.09.2025
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CRÍTICA

‘El dilema del corcho’, y el corcho se hundió

El Palacio de Festivales acogió la obra teatral de Patxo Telleria bajo la dirección de Mireia Gabilondo

Representación del 'Dilema del corcho'.
Representación del 'Dilema del corcho'.
‘El dilema del corcho’, y el corcho se hundió

FICHA

-Teatro: 'El dilema del corcho' de Patxo Telleria. Intérpretes: Ramón Barea y Patxo Telleria. Escenografía: Fernando Bernués. Dirección: Mireia Gabilondo. Producción de Tartean Teatroa, en colaboración con el Teatro Arriaga de Bilbao. Palacio de Festivales, Sala Pereda, viernes, día 19 de septiembre 2025.  

Ha empezado la nueva temporada de otoño/invierno en el Palacio de Festivales con una programación diseñada sin dirección artística, a cargo del personal adscrito al propio Palacio. De momento el ciclo teatral se ha iniciado con ‘El dilema del corcho’ del guionista y actor bilbaíno Patxo Telleria, en una producción de Tartean Teatroa, una propuesta basada en la idea del dilema que surge cuando las circunstancias vitales nos hacen dudar de nuestros principios morales y éticos que siempre hemos defendido.

La historia es básica, un profesor universitario ya jubilado y enfermo de cáncer, le ofrecen la posibilidad de tratamiento curativo gracias a la donación millonaria que un empresario ha realizado, lo que provoca un conflicto personal en el profesor, que siempre ha estado en contra de estas donaciones por considerarlas una maniobra para evitar pagar impuestos. La idea del miedo ante la incertidumbre de lo que pasará no es nueva, ya ha sido tratada por diversos autores y filósofos sobre las dudas ante un porvenir incierto. Dudas existencialistas.

Para esta propuesta, se cuenta con el actor Ramón Barea en el papel de Xavier, el profesor, que recibirá la visita de un supuesto antiguo alumno que le hará dudar de sus decisiones. El propio Patxo Telleria interpreta a ese supuesto alumno, que resultará que no es quien dice ser. El problema está en que se enreda demasiado en todas las mentiras y personajes que llega a abordar, consiguiendo que el profesor se llegue a desquiciar.

La acción transcurre en un escenario único, el salón de la casa del profesor, con una sencilla escenografía de Fernando Bernués, pero lo que parece que en su inicio puede ser interesante, se termina desviando con acciones absurdas convirtiendo la idea inicial en un batiburrillo de falsos personajes que al final ya no sabes por dónde va a discurrir la historia. Aunque todo parece aclararse cuando el desenlace llega a su supuesto final, la decisión que toma el profesor vuelve a dejar todo en el aire.

El hecho de que ese final quede abierto, no nos parece valiente, parece que ni el propio autor se atreve o sabe dar una conclusión, nos expande sus propias dudas. Nos puede hacer reflexionar al público, lo cual siempre es bueno, pero después de hora y media dando tumbos con mentiras y acertijos, lo que se espera es una conclusión creíble que justifique todo el jaleo montado. Y eso nunca llega.

Ramón Barea hace una sólida interpretación del profesor, convincente y expresivo. Por su parte, Patxo Telleria recrea a Íñigo, el supuesto antiguo alumno, algo exagerado y desbordado con tantas historias que se va inventando. La dirección de Mireia Gabilondo no aporta nada especial, una propuesta escénica básica.

El alumno le recrimina al profesor que es como un corcho, que siempre ha salido a flote a lo largo de su vida, pero que ahora se está hundiendo en su propia inseguridad. El recuerdo de su juventud revolucionaria, incluyendo actos violentos, volverán con cargo de conciencia ahora que su vida parece llegar a su fin. Pero la historia está contada como un pastiche de reproches mutuos que llegan a distraer de la intención original. Al final, ya te da igual cómo termine todo este batiburrillo. El corcho, esta vez, se hunde, o no.

Quiero hacer constar un apunte aparte de algo que se está repitiendo y se comenta. Si el Palacio de Festivales pide puntualidad al público porque se cierran las puertas, no es de recibo que el comienzo se demore casi 10 minutos sin una causa que lo justifique. A la hora prevista en punto, estaba toda la sala llena y sentados. El retraso del inicio sin justificación, denota falta de seriedad y de respeto hacia el público que sí ha cumplido.