martes. 26.08.2025
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CRÍTICA

Emilio Arrieta y su belcantista ‘Marina’

El director asturiano, Óliver Díaz, estará vinculado a los Encuentros de Verano de la Joven Orquesta Sinfónica de Cantabria (Joscan) y al frente de los conciertos previstos en Torrelavega y Santander

Un momento de 'Marina'.
Un momento de 'Marina'.
Emilio Arrieta y su belcantista ‘Marina’

Para cualquier estudioso en musicología y aficionados a la ópera en general, el siglo XIX es especialmente interesante en cuanto a creación y evolución de obras líricas en toda Europa. España no fue una excepción en ese afán por crear melodías muy del gusto del público de la época, donde la zarzuela grande y chica tuvo su máximo apogeo, intentando asimilarse a la ópera italiana.

Uno de los ejemplos más carismáticos de ese intento por crear un corpus de ópera española es el de Emilio Arrieta. Nacido en Puente la Reina (Navarra) en octubre de 1821, sus estudios de piano y armonía en Milán fueron la base de sus composiciones futuras. Con su primera ópera, ‘Ildegonda’ (1849) consiguió un reconocimiento que se vería consolidado con futuras obras, sobre todo con 'Marina', estrenada como zarzuela en dos actos en 1855 con poco éxito, y transformada en ópera en tres actos con estreno en el Teatro Real en 1871 donde, ahora sí, obtuvo un gran triunfo.

Al igual que otras óperas belcantistas de la época, 'Marina' tiene un libreto de muy poco interés. Francisco Camprodón escribió un texto muy flojo sobre una historia de lo más simplona, y a su muerte, Miguel Ramos Carrión fue el encargado de ampliar la historia para su conversión en ópera. Aún así, la cosa no mejoró.

Pero la música de Arrieta, italianizante a más no poder, triunfó. Y ha llegado hasta nuestros días como uno de los títulos más recurrentes de los teatros españoles. En Santander, a pesar de ser una historia ambientada en un pueblo marinero, con sus costumbres y tradiciones, no ha tenido un historial destacable. La ocasión más reciente fue en enero de 2005 durante la programación de invierno del Palacio de Festivales en una producción escénica dirigida por Gustavo Tambascio y con dirección musical de Miquel Ortega.

Ahora, en octubre del pasado año, el Teatro de la Zarzuela de Madrid estrenó una nueva producción de ‘Marina’, en su versión íntegra con la edición crítica de María Encina Cortizo, que es la que se ha podido ver este sábado, día 14 de junio, en el Teatro Campoamor de Oviedo, durante su Festival de Teatro Lírico Español.

De estas funciones ovetenses ha destacado la dirección musical de Óliver Díaz al frente de una inspirada Oviedo Filarmonía. El director asturiano estará vinculado a Cantabria al hacerse cargo de los Encuentros de Verano de la Joven Orquesta Sinfónica de Cantabria (Joscan), estando al frente de los conciertos previstos en Torrelavega y Santander.

Los actores sobre el escenario.
Los actores sobre el escenario.

Óliver Díaz es un director meticuloso y detallista, que sabe sacar contrastes melódicos de la orquesta, que sonó compacta, con los tiempos adaptados a las necesidades del reparto. Consiguió un bello sonido lírico de la Oviedo Filarmonía, algo que conocemos bien en Santander por sus actuaciones en el Palacio de Festivales, con la sección de cuerdas en estado de gracia y en perfecta armonía con el arpa y el viento metal.

El conjunto del reparto fue homogéneo y a la altura de las incómodas exigencias vocales. Así, la soprano Sabina Puértolas hizo una ‘Marina’ que llevó a su terreno con su sólida técnica belcantista, con momentos inspirados en medias voces, fraseo y su facilidad para llegar a la zona aguda, a pesar que parece haber perdido un poco de brillo. Estupenda en su aria y rondó final ‘Iris de amor y de bonanza’ en diálogo con la flauta, a pesar del inoportuno móvil que sonó en el momento más delicado. Desesperante.

El tenor Antonio Gandía hizo un Jorge interesante. No es un cantante muy fino, pero tiene una seguridad técnica, fue alumno de Kraus, que le permite una clara y potente proyección vocal, buen fraseo con agudos poderosos y medias voces muy líricas. Estuvo inspirado en su airoso ‘Feliz morada, donde nací’. Una buena actuación a pesar de que parece que tuvo algún contratiempo de salud, lo que le da más mérito a su actuación.

El barítono asturiano David Menéndez debutaba el papel de Roque. Se adapta bien a sus actuales condiciones vocales, estando poderoso en los concertantes y musical en sus seguidillas y el tango-habaneras del tercer acto. Tal vez, algo sobreactuado en varios momentos, posiblemente por requerimiento de la dirección de escena.

Gustó mucho el bajo Luis López Navarro como Pascual. Es un cantante a tener en cuenta por su forma de entonar y frasear. Habrá que seguirle en futuras actuaciones. Bien el resto del reparto. El Coro de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo mal, destemplados y desafinados. Se valora su esfuerzo, pero su estado vocal es incompatible con el nivel exigido para un escenario como el Campoamor.

Brillante y efectista la escenografía de Daniel Bianco, así como el vestuario de Clara Peluffo y la iluminación de Albert Faura. La dirección de escena de Bárbara Lluch fue convencional, y poco interesante el movimiento escénico de Mercè Grané, dejando que los protagonistas deambularan por el escenario, creando cierta sensación de batiburrillo y usando continuos bailes sin sentido para paliar la pobreza de la historia.

Un gran éxito de público que otorgó grandes aplausos y ovaciones a todo el conjunto y, sobre todo, a la dirección musical de Óliver Díaz. Estaremos atentos a su trabajo por Cantabria en las próximas semanas.