Sócrates y Maquiavelo en el reino de Sánchez
¿Cómo se sentiría Sócrates si pudiera asomarse hoy al panorama político español?
Él, que eligió obedecer una ley injusta, beber la cicuta y morir antes que romper su palabra y huir. Probablemente quedaría horrorizado ante la falta de ética y la corrupción de quienes ostentan el poder. Porque, si algo ha quedado claro en estas últimas décadas, es que en España cuando se trata de corromperse, son muchos los que sucumben al “¿qué hay de lo mío?”.
Vivimos tiempos que recuerdan la última legislatura de Felipe González. Entonces, el periódico El Mundo abría portada, un día sí y otro también, con escándalos de corrupción en el PSOE. La corrupción recorría los pasillos del poder con la misma soltura con que hoy recorre las redes sociales.
Luego vinieron los años de Aznar, y basta con mirar la fotografía de su gobierno a las puertas de La Moncloa para recordar que casi todos sus ministros acabaron salpicados. Después llegó Mariano Rajoy, con Gürtel y otros escándalos que desembocaron en una moción de censura. De aquellos días nos queda la imagen simbólica del bolso de la vicepresidenta ocupando el escaño vacío, mientras Pedro Sánchez y su entonces portavoz, José Luis Ábalos, prometían regeneración democrática, limpieza institucional y transparencia. ¡Maldita hemeroteca!
Pensábamos que lo peor ya había pasado, que los nuevos vendrían con la lección aprendida. Que expulsarían a los corruptos, que abrirían las ventanas del poder para que entrara aire fresco. Qué ingenuos. Hoy siguen ahí, los mismos de siempre o sus herederos, llevándoselo crudo mientras predican desde el púlpito de la soberanía popular.
Porque en España, el virus de la corrupción no es una anomalía: parece endémico. Aquí se repite aquello de “tonto el último que no se lo lleve”, y no falta quien cobre su comisión por lo bajo, ni quien pague para llevarse el trozo mayor de la tarta de las adjudicaciones. A eso se suman los comportamientos casposos y machistas de quienes nos daban lecciones de moral.
Cinco días estuvo el presidente ausente, meditando cómo podía ser que la justicia investigara a su esposa. Y, por si fuera poco, también a su hermano, aunque todo esto flota en una nebulosa jurídica extraña, procesalmente cuestionable, deja poso. Con un fiscal general que olvida que su función es defender la legalidad y los derechos de los ciudadanos, y no actuar como escudo del Gobierno.
Para colmo aparece, Leire Díez, y la famosa limpieza de las cloacas del Estado. Esas que, según Felipe González, también defendían la democracia. Pues bien, lo que ha salido de ellas no huele ni a limpio ni a democrático.
Tampoco faltan a la cita los apóstoles del nuevo feminismo. Quienes proclamaban el “yo sí te creo”. Errejón y su viejo amigo/enemigo Monedero tiraron su feminismo de boquilla por el sumidero. Y es que, ya se sabe, de buenas intenciones está el cementerio lleno.
Pero no nos engañemos: aquí no se salva ni el apuntador. La oposición también tiene lo suyo: desde la señora Ayuso con su novio presuntamente defraudador, y su ático con vistas a la corrupción, hasta Carlos Mazón celebrando una comida, o lo que sea, mientras su comunidad se inundaba. Sin olvidar, claro está, la célebre fotografía del Sr. Núñez Feijóo y “el señor que pasaba por allí”, un conocido narco a bordo de su barco.
Y como broche de oro, las últimas revelaciones del informe de la UCO: “un manual de malas prácticas” políticas protagonizado por el trío calavera, Santos Cerdán, José Luis Ábalos y Koldo García, que parecía el chico de los recados, pero en realidad los tenía a todos bien cogidos… por los vídeos.
¿Y nosotros, los ciudadanos? Pagando el precio. Porque en este país, cuando alguien accede al poder, parece que su primer impulso es asaltar las arcas públicas al grito de “¡tonto el último!” en meter la mano al cajón.
Sócrates, si pudiera darse una vuelta por esta legislatura, se desmayaría. Él, que afirmaba que “las mentiras son las mayores asesinas, porque matan la verdad”, vería cómo hoy lo que importa es el relato, la posverdad. Se vive en una realidad paralela donde los bulos son válidos… si los difunden los tuyos.
Y ahora, en esta espiral sin freno, todo se hiperventila, se exagera y se insulta sin límites, sin frenos, asesinos, ladrones, mafia. Resuena de nuevo el viejo sabio: “Cuando el debate se ha perdido, la calumnia es su herramienta”.
¿Qué fue de la promesa de quitar los aforamientos, de la transparencia, de las mil y una medidas anunciadas contra la corrupción, de las promesas de la responsabilidad in vigilando, de…?
Incluso el propio Maquiavelo manifestó: “cuando veáis al servidor público pensar más en sus propios intereses, jamás deberéis confiar en él”.
Y aquí huele a derrota. No se quiere igualar en virtud, sino competir en el ¡y tú más!: quién ha sido más corrupto, quién ha robado más, quién nos ha mentido mejor. Y los que más perdemos, sin ninguna duda, somos todos nosotros.
Seguro que un mundo mejor es posible, y tenemos que trabajar por él, aunque haya quienes, desde el poder, nos ponen demasiadas piedras en el camino y den alas a los que añoran un pasado muy oscuro. Después de todo, siempre nos pueden decir, pero “la economía va bien”.