viernes. 26.04.2024
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Opinión

La cultura rusa, la otra víctima de la invasión de Ucrania

Una de las frases más célebres del novelista y reformador ruso Lev Tolstói viene muy oportuna en estos días: “Para los historiadores los príncipes y los generales son genios; para los soldados siempre son unos cobardes”.

La cultura rusa, la otra víctima de la invasión de Ucrania

El alma de los pueblos siempre camina al albur del discurso de aquel que se muestra como líder y guía, tal vez ocultando sus propias debilidades humanas. Cuando nos sentimos en peligro nos volvemos vulnerables y seguiremos los pasos de cualquiera que nos diga lo que queremos oír, seguiremos al que de alguna manera nos ofrezca seguridad, aunque desde nuestro fuero interno dudemos de que sea verdad.

Es un hecho recurrente, se repite una y otra vez porque estamos débiles. Da igual que, una y otra vez, se descubra que todo es mentira, que esa ficticia seguridad no es más que un castillo de arena que se derrumba con el primer viento.

Y de nuevo estamos viviendo el horror de una guerra que tiene la misma causalidad que tantas otras a lo largo de la Historia: alguien proclamado líder que dice proteger a su pueblo para que sea más grande y más poderoso, cuando nadie le ha pedido ser ni más grande ni más poderoso.

El afán expansionista, el egocentrismo llevado a su máxima expresión, el populismo y la manipulación como el reflejo de sus propias limitaciones, de sus verdaderas debilidades. Destrucción, terror, muerte. En eso basa su fuerza el opresor, y quien se atreva a hacerle frente deberá huir o morir.

Los terribles días que estamos viviendo con la invasión que Rusia está haciendo de un país soberano como Ucrania nos llena de dolor y angustia. Es algo que ya conocemos porque ya lo hemos vivido muchas veces. Las Guerras Mundiales, las revoluciones en nombre de la religión, el ansia de expansión territorial, los odios enquistados desde hace decenios. Siempre es lo mismo, y se volverá a repetir.

En esta guerra hay muchas víctimas, gente muriendo, familias destrozadas y pueblos arrasados. Y también la cultura y el patrimonio son víctimas del odio y la vergüenza. Pero no sólo del país invadido, también del país invasor.

Rusia es cuna de los mejores ejemplos del arte, de la literatura, de la música, de la danza; de los filósofos más eruditos, de pensadores y creadores que han sido ejemplo ante el resto del mundo. Pero estalla la guerra y obligan a posicionarse: o estás conmigo o estás contra mí.

Y es en esa situación cuando surgen nuevas injusticias por la hipocresía social y el miedo. Ahora, todo lo que sea ruso es objeto de infamia, sin distinguir a los que están contra el opresor de los que sí le apoyan.

Teatros, museos históricos, orquestas, directores, artistas, creadores, literatos, todos en el mismo saco, todos apestados y excluidos de una sociedad que antes les idolatraba. Nombres míticos que eran objeto de admiración y que hoy son como un ídolo caído. Y mientras  tanto, el resto del mundo miramos con compasión y afecto al pueblo oprimido, a la parte débil, porque la naturaleza humana siempre actúa así.

Tal vez algún día el pueblo ruso despierte de su sueño, o más bien de su pesadilla, y consiga liberarse de la tiranía y la opresión. Y volverán entonces sus días felices, volverá una paz ahora ausente, y su música volverá a sonar sin ataduras, sus versos volverán a escribirse sin censuras y su arte podrá recuperar el espacio que dibuja la libertad.