viernes. 19.04.2024
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Los primeros pasos de la nueva Educación: confusión, silencio y bajas expectativas

La Educación es eso de lo que todo el mundo habla, aunque nadie parezca estar a la escucha. Porque el mundo educativo confunde a muchos, silencia a otros tantos y las expectativas que provoca son bajas para la mayoría. 

Los primeros pasos de la nueva Educación: confusión, silencio y bajas expectativas

Son ya ocho las leyes educativas generales que los gobiernos de esta joven democracia han brindado a la sociedad española para mejorar el hecho educativo. Son muchas las cosas de las que nos hemos desecho, pero aún son más las que nos hemos dejado por el camino.

Se pregunta Andreu Navarra en su ensayo “Prohibido aprender” si han servido todas estas leyes para conseguir un sistema inclusivo y de calidad. Está claro que para quienes las redactaron lo han hecho ampliamente, mientras que para el resto parecen haber fracasado en su objetivo. Incluso hay quien cree que esas mismas leyes han perjudicado al sistema educativo.

El número de leyes educativas casi proporcional al de legislaturas de la democracia española, es uno de los causantes de esa confusión, pero no el único y tal vez tampoco el principal. A muchos docentes les provoca estupefacción y a la mayoría de las familias tedio y desconfianza.

Es bastante común conversar con algún amigo que tiene hijos en edad escolar y que en algún momento comente que no sabe lo que hacen en el colegio, que no entiende los métodos educativos que reciben en clase y que en consecuencia no tiene del todo claro cómo ayudar a sus propios hijos a alcanzar aprendizajes sólidos que es en donde radica su verdadera funcionalidad. En cristiano, que no tiene ni idea de por qué su hijo no aprende, cada vez sabe menos y es incapaz de ayudarlo porque muchas veces encuentra obstáculos para hacerlo.

Las nuevas pedagogías le suenan a chino, no entiende cómo pueden provocar aprendizaje y le parecen una pérdida de tiempo. Todo esto no lo dice de forma gratuita, es que tiene en casa un ejemplo claro de que no funcionan. Además, se encuentra con nuevos inconvenientes que chocan con la publicidad de esas nuevas pedagogías: su hijo no está motivado para realizar las tareas que provocarían el aprendizaje.

Estos cambios en Educación provocan frustración en muchas familias, frustración que se convierte en auténtico pánico cuando sus hijos de doce años abandonan el colegio para comenzar una nueva etapa en un ambiente que muchos temen. Aún está por demostrar que un cambio de etapa en edades tan tempranas haya significado algún avance en cuanto a la mejora de la calidad educativa. Aunque esto ya tiene muchos años y nadie va a cambiarlo.

Más recientes son otras decisiones sobre el futuro académico de los estudiantes. Primero se eliminaron las pruebas de recuperación de materias y ahora parece ser que será posible pasar de curso con esos suspensos. Claro que también puede agradecerse que esos políticos se hayan solidarizado con el estudiante que tiene que enfrentarse a tan penosa labor de prepararse para un examen. Los exámenes, esa arcaica forma de evaluar el estudio y el trabajo de los estudiantes. Bárbaros.

Tanto va a tener el futuro que agradecer a los responsables de la nueva ley, que con ese gesto del aprobado pretende poner coto a la repetición escolar. Porque claro, cuando uno no ha alcanzado los objetivos mínimos no debiera hacer otra cosa que promocionar al siguiente curso. Buena parte de la ciudadanía se atreve a opinar sobre el tema y afirmar que llevamos más de una década bajando la exigencia para que esos alumnos puedan pasar de curso. Peor aún, es que la solución es fácil y que esa menor exigencia también la sufren los buenos alumnos.

Las nuevas pedagogías se encargan de poner solución a tanto fracaso. En la receta están el juego y las nuevas tecnologías; respetar el desarrollo madurativo del alumno, sus intereses y motivaciones; acabar con la memorización y cualquier método de enseñanza arcaico. Claro que parece que todo esto no funciona, que el fracaso escolar y el abandono aumentan de forma imparable.

 

Se habla de la necesidad de consensuar una ley educativa cuando por otra parte se elimina la capacidad de las familias de aportar su opinión al debate y se les niega la oportunidad de decidir sobre la educación de sus hijos. Incluso hay quien se atrevió a decir que “los hijos no son de los padres”.

Las familias han sido silenciadas durante los últimos años, su opinión no cuenta o al menos así lo perciben. Muchas han decidido guardar silencio y aceptar las decisiones de otros sobre la educación de sus hijos e hijas, pero otras han sido silenciadas a través de distintos mecanismos.

El lenguaje educativo que cambia cada poco tiempo, que solo entienden expertos y profesionales, que provocan la confusión de la que hablaba antes y limitan el debate de forma consciente. La escasa o nula posibilidad de incidir sobre las decisiones que toman políticos, sindicatos, equipos directivos y profesorado. Tanto es así que cada vez resulta más difícil conformar órganos de participación como son el Consejo Escolar o la Asociación de Familias del Alumnado en los centros.

Las familias son conscientes del fracaso de nuestro sistema educativo. Ven cómo se les escapa de las manos la educación de sus hijos. Lidian de primera mano con actitudes poco favorables para el éxito escolar. Piden una mayor claridad en todo lo relacionado con la educación de sus hijos e hijas, que se inculquen hábitos, que se recupere el esfuerzo y la disciplina en el estudio porque ven que pierden esa autoridad que el profesorado perdió ya hace tiempo.

Para recuperar esa voz perdida, las familias deben empezar a hacerse oír. Eso que se comenta en los corrillos a la salida del colegio, con los amigos durante una cena o tomando el café, incluso indignados en los comentarios que se abandonan en las redes sociales. Todo eso que es el sentir de muchos, hay que decirlo más fuerte y que se oiga aún más claro para que las familias recuperen la voz y tengan verdadero poder de decisión sobre la educación de sus hijos.