martes. 23.04.2024
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Gastronomía y turismo. Comer y viajar, todo es empezar

Vivimos en un país de una riqueza cultural enorme, de las más importantes del mundo, y los que nos visitan se maravillan y nos miran de reojo, con cierta envidia, por nuestra calidad de vida. Y en esa riqueza cultural también se incluye la gastronomía, la de toda la vida y la de nuevas tendencias.

Gastronomía y turismo. Comer y viajar, todo es empezar

Estamos acostumbrados a comer bien, y además, nos gusta comer bien. Nuestro país es tierra de contrastes, principalmente por el clima diverso de sus distintas zonas. Esa variedad climática nos ofrece otra variedad, la gastronómica. No se come lo mismo en Canarias, el sur o la zona de Levante, que en Castilla o en las tierras del Cantábrico. Pero en todos los sitios hay un elemento común: la enorme calidad de la cocina tradicional, la de toda la vida, creada a base de costumbres y, en algunos casos, creada por necesidad en momentos históricos donde se pasó hambre, de verdad.

Esa calidad surgida del uso consuetudinario de los elementos naturales, ha ido propiciando la aparición de escuelas de alta cocina donde nuevas generaciones de cocineros están siendo el reflejo de ese interés por la actividad culinaria y enológica, de nuevas técnicas que rozan la excelencia. Como consecuencia están surgiendo nuevos restaurantes, mesones, casas rurales de tal nivel, que ha originado un boom del llamado “turismo gastronómico”. Y además está de moda aprender a cocinar.

El turismo gastronómico no es algo de nuestros días. Viene de la tradición de escribir guías gastronómicas. Estas guías ya surgieron en Europa en el s. XIII, donde se reflejaban las mejores posadas y restaurantes principalmente de la cocina francesa. Las realizaban los llamados “gourmets”, personas con gran afición a la buena mesa que calificaban a los restaurantes de la época.

Todos somos “exploradores” de la buena cocina porque todos somos “comedores”, luego todos podemos considerarnos “viajeros gastronómicos”. Hay que tener en cuenta que este modelo de turismo es una subcategoría del turismo cultural, todo va unido y se complementan. Cuando viajas a una ciudad a visitar un museo o a asistir al teatro, también buscas donde comer lo típico de la zona y lo más más distinto a lo que estás acostumbrado.

Y un dato importante, tanto el turismo cultural como el gastronómico – van de la mano-, dejan mucho dinero y beneficios a las arcas públicas y a las empresas del sector. En 2019, más del 76% de los españoles han realizado algún viaje para disfrutar de la gastronomía en sus distintas variedades, y no siempre en locales de alto standing sino, de forma mayoritaria, en restaurantes tradicionales con cierto toque de modernidad.

Es un modelo de actividad más rentable y de una mayor calidad que el turismo de masas de “sol y playa", y no suele tener el impulso que debiera. Es decir, deja más dinero con menos gente. Un ejemplo puede ser Italia o Francia.

Siempre se ha dicho que en el Norte se come muy bien, y es verdad. Pues pongamos un ejemplo clarificador: Cantabria tiene poco más de medio millón de habitantes y,  aun así, la Guía Michelin para 2022 ha subido a 6 los restaurantes destacados que suman un total de 8 estrellas (uno de ellos con 3 estrellas). Pero es que en la vecina Asturias, con casi el doble de población, se han destacado a 8 restaurantes, con un total de 9 estrellas. Entre las dos regiones, con millón y medio de habitantes, suman 14 restaurantes y 17 estrellas de la famosa guía francesa, además de un montón de mesones y casas de comidas señaladas por su alta calidad.

Las dos regiones, por separado, son destino cada año de más visitantes, con una importante repercusión económica. Pero, ¿qué pasaría si Cantabria y Asturias unieran sus intereses turísticos comunes?. Las consecuencias serían de enormes beneficios para ambas. Condiciones y potencial existen de sobra y comunicaciones para el viajero entre ambos territorios, también.

Solo surgiría un pequeño problema, elegir dónde comer entre tanta calidad.