miércoles. 24.04.2024
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Opinión

Casta y castigo

Hace más ruido un árbol que cae, que un bosque que crece. ¿Dónde radica el secreto de España por el que todavía resiste para no caer presa del caos y anarquía social?

Pues, en la gran mayoría de gobernantes (nuestro “bosque”) que diariamente demuestra su altura de miras, ayudando a sus vecinos desde su temporal status de poder civil.

Este tipo de “político”, ocupado en el “crecimiento social”, se sabe instrumento de servicio para el ciudadano y pro bono communi, y por eso le basta con ser discrecionalmente silencioso y sin desorbitado “autobombo”.

Por el contrario, existen también políticos que hacen ruido (“árboles que caen”). Resultan una minoría, aunque poseen mucha influencia mediática. Esto favorece que su falta de ejemplaridad salpique a todo aquel que se actúe en política; concluyéndose erróneamente que “todos los políticos son iguales”. Fijémonos en esos “ruidosos”.

Desde no hace mucho, se empezó a aplicar políticamente el término ‘CASTA’ para señalar y desprestigiar a toda aquella ideología que no tuviera afinidad con la propia. Este uso peyorativo persigue deslegitimar al resto de opciones políticas y, a la postre, revestirse de una superioridad moral mayor, que le diferencie y encumbre como la única “clase” política válida para gobernar. Una línea argumentativa de este estilo se ampara en argumentos falaces: ¿hasta qué punto resulta éticamente aceptable?

Desde entonces, se mantiene una dialéctica política artificial cada vez más enmarañada: se limita la libertad de opinión e impone “el pensamiento único”; se amplifica el “ruido” alimentando un continuo y encendido enfrentamiento entre partidos políticos; se favorece el olvido en nuestro léxico de palabras como ‘CONCORDIA’ y ‘ENTENDIMIENTO’, pilares de nuestro marco de convivencia constitucional y actitudes que han de permanecer perennemente en todo gobernante.

Esta triste situación ‘entre partidos’ es causa directa de que exista una generalizada y profunda desafección con todo lo relativo a ‘la política’. De este modo, tristemente la brecha entre la ciudadanía y la ‘clase’ política resulta cada vez mayor. Sus intereses en vez de coincidir van distanciándose: los políticos se encierran en sus propios “circos” de partido, en vez de ocuparse de resolver los problemas de la ciudadanía.

Por consiguiente, no puede extrañar que actualmente una mayoría de la población considere a ‘la política’ y ‘los políticos’ como un problema de primera magnitud. Cuando, contrariamente a lo que debe ser, éstos tienen que ser parte activa de las soluciones de convivencia y progreso socioeconómicos de nuestra sociedad.

A pesar de que toda esta situación conduce hacia una creciente confusión social, no toleres que el pesimismo te embriague, sino mantente en un sereno y positivo realismo. Estamos inmersos en un proceso electoral (y en los próximos meses volveremos a otro): ¿qué política queremos ejecutar para nuestro bienestar presente y nuestro progreso futuro? Decidamos lo más conveniente y perfecto, no vaya a ser que la ‘CASTA’ se convierta en ‘CASTIGO’.