martes. 23.04.2024
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CRÍTICA

La maldición de Rigoletto y una necesaria reflexión

El Palacio de Festivales de Cantabria acogió la ópera ‘Rigoletto’ el pasado viernes

Representación de la ópera 'Rigoletto'.
Representación de la ópera 'Rigoletto'.
La maldición de Rigoletto y una necesaria reflexión

Había ganas de ver ópera representada en Santander después de once años de sequía escénica y que nadie ha sabido explicar los motivos de tan larga ausencia. Por ello es lógica la respuesta del público para asistir a este Rigoletto programado el pasado día 27 en el Palacio de Festivales.

El problema surge cuando a causa del ansia y la urgencia por programar ópera, se ha elegido el camino más rápido y menos costoso, contratar una compañía completa que ya tiene todo el trabajo hecho y así se han evitado el esfuerzo de preparar algo novedoso y atrayente. Y se ha elegido la producción que estrenó hace ahora justo un mes la Asociación de Amigos de la Ópera de Sabadell, que está pensada para escenarios más pequeños y poder llevarla de giras limitadas a las ciudades de su entorno.

Es encomiable la labor que realiza la Fundación Ópera de Cataluña al acercar la lírica a un público no acostumbrado y así darles la oportunidad de descubrir la emoción y la pasión de la ópera y la zarzuela, con propuestas ajustadas al tipo de audiencias a las que se dirige. Pero, ¿realmente este es el nivel artístico que se espera de un teatro/auditorio como el Palacio de Festivales?.

La última vez que se representó en Santander este melodrama verdiano fue en diciembre de 2003 con un soberbio Carlos Álvarez en su plenitud vocal y artística (lo pude volver a escuchar en el mismo papel un mes después en la Ópera de Oviedo con otro apoteósico éxito), demostrando cómo se debe interpretar uno de los roles más complejos escritos por el maestro de Busseto.

Todo esto viene a cuento para argumentar que no todo vale a la hora de programar un título de estas características. Verdi compuso una obra compleja musical y vocal, con un nivel de exigencia enorme. Y muchos cantantes se estrellan en el intento.  

El reparto proveniente de la producción de Sabadell hace un trabajo comprometido pero alejado de las duras exigencias escritas. El barítono Luis Cansino hace un esforzado Rigoletto pero limitado actoral y vocalmente, con momentos de sobreactuación para conseguir del público un aplauso fácil que no llegaba. Su ‘Cortiggiani, vil razza dannata’ careció del drama y la emoción que requiere la escena más tensa de toda la obra. Aunque proyecta bien la voz, su emisión es plana y sin los matices y contrastes que definen su personaje.

Fuera de estilo el tenor Antoni Lliteres, un duque de Mantua frío con voz limitada de extensión y con dificultades en las notas de paso. En su aria ‘Parmi veder le lagrime’, tuvo problemas de respiración con deficiente fraseo, al igual que en su ‘donna è mobile’ que ni se aplaudió.

La Gilda de la soprano Elisa Vélez para olvidar, voz fea, metálica, sin gusto. Dejémoslo ahí. Más aceptable el bajo Jeroboám Tejera como Sparafucile, de voz profunda y bien proyectada. El resto del reparto, correcto.

La dirección musical de Daniel Gil de Tejada consiguió una eficaz concertación al frente de la Orquesta Sinfónica del Vallés, de sonido compacto aunque algo carente de contrastes y del nervio dramático que exige la partitura. Bien el coro masculino de la Asociación de la Ópera de Sabadell.

La escena dirigida por Carles Ortiz no aporta nada interesante, pensada para escenarios más pequeños y con boutades que sobran como el bailecito  del coro en el segundo acto que produce cierto sonrojo.  

El público al final premió con generosidad a todo el elenco artístico por las ganas contenidas de escuchar ópera. Y vuelvo a la reflexión del inicio, ¿es este el nivel  artístico que se espera del Palacio de Festivales?

Somos conscientes de lo que cuesta preparar producciones novedosas, con identidad propia, con los máximos estándares de calidad que atraigan al público, no solo de Cantabria sino de otras zonas, que justifiquen un viaje a nuestra ciudad. Ese es el trabajo que se debería hacer para dejar de ser un simple escenario de espectáculos foráneos.