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CRÍTICA

‘Afanador’, el trabajo sin límites del Ballet Nacional de España

El Palacio de Festivales de Cantabria acogió la actuación del Ballet Nacional de España bajo la idea y dirección artística de Marcos Morau

Ballet Nacional de España.
Ballet Nacional de España.
‘Afanador’, el trabajo sin límites del Ballet Nacional de España

FICHA TÉCNICA:

Ballet Nacional de España: ‘Afanador’. Idea y Dirección artística: Marcos Morau. Coreografía: Marcos Morau & La Veronal. Dramaturgia: Roberto Fratini. Escenografía: Max Glaenzel. Diseño de iluminación: Bernat Jansà. Vestuario: Silvia Delagneau. Composición musical: Juan Cristóbal Saavedra. Dirección artística del BNE: Rubén Olmo. Palacio de Festivales, Sala Argenta. sábado, día 13 de diciembre de 2025.   

Desde hace unos años, el Ballet Nacional de España está en un proceso de exploración y expansión del rico patrimonio que posee la danza española en todas sus acepciones, desde el flamenco a la escuela bolera. Algunos puristas alegan que el Ballet Nacional no debería exceder sus límites coreográficos más allá de lo que marcan sus propios estatutos fundacionales. Pero Rubén Olmo, su actual director artístico, con buen criterio y mayor conocimiento, está demostrando que el arte de la danza española no tiene límites cuando se hace con criterio y altos estándares de calidad.

Esto ha quedado demostrado en su nueva producción, ‘Afanador’, estrenada en Sevilla en 2023, que hemos podido disfrutar en Santander. Es un trabajo ímprobo, arrebatador, agotador para los bailarines y para el público, sin solución de continuidad, donde el trabajo de los solistas está al mismo nivel de exigencia que el trabajo del conjunto.

El director artístico de esta producción, Marcos Morau, crea un mundo en blanco y negro basada en la obra del fotógrafo colombiano Ruven Afanador, y usa dos de sus libros fotográficos, ‘Mil besos’ y ‘Ángel gitano’, para trasladar su imagen fotográfica a la danza española y el flamenco. Ruven Afanador es uno de los grandes artistas de la fotografía que deforma la imagen para crear su propio mundo exagerado e irreal.

Un momento de 'Afanador'.
Un momento de 'Afanador'.

Morau construye su propio lenguaje en movimiento. Desde la arrebatadora primera escena, espectacular, usa el zapateado y el movimiento de manos, pies y cabeza de los bailarines en un alarde técnico que subyuga al espectador, incluso se permite un símil escénico a lo Bob Fosse bajando el telón hasta los tobillos de los bailarines puestos en fila al estilo de ‘Cabaret’, consiguiendo una imagen icónica para el recuerdo.

Lo que se pretende en esta producción no es recrear las fotografíass de Afanador, sino prolongar su propio misterio y reinterpretarlas desde la danza contemporánea con una fuerte dosis flamenca. La dramaturgia de Roberto Fratini actúa como guía en ese viaje, donde el deseo y lo sagrado (referencias a la Semana Santa sevillana) se entremezclan sin necesidad de un relato lineal.

La escenografía de Max Glaenzel es minimalista, pero con una riqueza abrumadora en el diseño de iluminación de Bernat Jansà, donde las luces crean zonas visuales que dan profundidad y volumen a la escena, que no impone, sugiere en un espacio limpio, blanco, casi ceremonial. El trabajo lumínico es increíble, creando ambientes en blanco y negro de estampas deformes, pero de gran belleza e impacto visual.

El vestuario creado por Silvia Delagneau juega con lo ritual y lo provocador. Las ropas se desprenden como si fueran pieles antiguas, revelando figuras mitológicas en movimiento. En este universo no existe la lógica, sino la belleza transformadora.

Es cierto que el espectáculo posee una potencia visual y rítmica que en ocasiones roza la incomodidad, pero se mantiene en ese límite que impide apartar la mirada. La tensión desde la primera escena no decae, aunque tal vez algunos momentos son algo repetitivos y alargan en exceso una exposición que con algo menos de duración conseguiría mayor impacto emocional. Pero con las dos últimas escenas la tensión dramática regresa, incluyendo al propio Rubén Olmo bailando un solo con mantón en un alarde artístico de gran belleza.

La música de Juan Cristóbal Saavedra inunda los tímpanos en su volumen, pero aporta una atmósfera sonora que sostiene el pulso emocional de la obra. Todos los bailarines del Ballet Nacional están a un nivel técnico increíble y sus solistas tienen una fuerza dramática arrebatadora. Nombrar a algunos sería casi hacer de menos al resto, y no sería ni justo ni real. El trabajo del cante de Gabriel de la Tomasa junto a las guitarras y la percusión, completan un conjunto espectacular.

La última escena envuelve al espectador en ese ambiente onírico que se pretende en esta súper producción, y origina los vítores y ovaciones del público que abarrotó la Sala Argenta ante la que ha sido, posiblemente, la producción con mayor nivel artístico de la actual temporada de invierno del Palacio de Festivales.