¡Viva el gran apagón!

Una de las cosas que mejor le ha venido a nuestra sociedad, sin duda algún, es el gran apagón. 

No hay más que escuchar al Gobierno, y sobre todo a sus aduladores profesionales, para entender que, gracias a este apagón, hoy todo funciona mejor. Mucho mejor.

Nuestra sociedad, ese mar en calma, ha descubierto que sí, efectivamente, la cuarta potencia de la Unión Europea, como les gusta repetir a algunos con la boca bien llena, puede quedarse a dos velas. Literalmente. Y, claro, todo han sido ventajas.

Hemos socializado. Descubierto a vecinos que ni sabíamos que existían y que, en cuestión de horas, han pasado de completos desconocidos a íntimos amigos. Pero ya se sabe: nada une más que una desgracia compartida. Incluso nos hemos reencontrado con esos pequeños seres que correteaban por casa y que jurarías haber visto antes... Ah, sí, los hijos. ¡Qué criaturas tan simpáticas! ¿Quién diría que vivían con nosotros?

¿Y qué decir de lo maravilloso que es volver a pagar con monedas? ¡Al diablo los bancos y sus comisiones! Donde esté el tintinear del efectivo, el tacto áspero de los billetes arrugados... que se quiten las tarjetas y los móviles. Como decía mi hija cuando era pequeña, al decirle que no había dinero: “Pues mete la tarjeta, papá”. Qué tiempos.

Y, por supuesto, donde esté la radio a pilas de la abuela —y si son de las gordas, mejor—, que se quiten ordenadores, móviles y demás artefactos que tanto adoramos... hasta que nos dejan tirados, así, sin avisar.

Descubrir ese aparato con hojas llenas de letras... qué hermoso es leer a la luz de una linterna, esas aventuras del último apagón o La civilización frente al colapso por la falta de energía.

No olvidemos las cenas románticas a la luz de las velas, con toda la familia reunida en torno al camping gas de los años mozos, cuando ibas de acampada con melena al viento y sin preocupaciones. Momentos mágicos, impagables. O sí, pero desde luego no con tarjeta.

Gracias a este Gobierno, que no para de velar por nosotros, lo queramos o no, hemos redescubierto las pequeñas alegrías de la vida. Sólo hay que sintonizar la SER o escuchar a Julia Otero para entrar en un estado de nostalgia hipnótica. Eso sí, sin que nadie te haya preguntado. Pero bueno, no vamos a estropear esta postal tan entrañable por una nimiedad como, no sé, unos cuantos millones de euros perdidos. ¡Bah! Cosas sin importancia.

Claro, siempre hay gente quisquillosa que se queja de los daños colaterales. Que si se quedaron atrapados en ascensores, que si el tren se detuvo en mitad de la nada... ¡Imprudentes! A ver si aprendemos a disfrutar de la aventura. ¿Y todo el ejercicio que hicieron? ¡Cardio gratis! Este apagón ha hecho más por nuestra salud que cualquier gimnasio.

En nada nos llegan las estadísticas milagrosas: el colesterol por los suelos, la tensión estabilizada, aumento de masa muscular en media población. Si es que ya lo estamos pidiendo a gritos: ¡otro apagón, por favor!

Y, además, hemos demostrado que tenemos la mejor red eléctrica del mundo mundial. En menos de 12 horas, todo solucionado. Que se preparen los estadounidenses, con sus huracanes, ciclones y semanas sin luz. Aquí no se ha fundido ni un plomo en casa de la abuela. ¡España va bien!

Y lo mejor de todo: no tenemos ni idea de qué lo causó. Ni falta que hace. Porque después de tanto bien recibido, sólo faltaría que alguien tuviera la osadía de pedir responsabilidades. ¡Qué desagradecidos!

¡Viva el apagón!

¡Viva el Gobierno!

¡Y viva la directora general de Red Eléctrica! Que, con ese sueldo de más de 500.000 euros al año, bien podría marcarnos el camino hacia el salario mínimo interprofesional.

¡Qué sería de este país sin estos momentos… y sin humor!