viernes. 29.03.2024
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MITOLOGÍA DE CANTABRIA

El Esteru, el ayudante cántabro de los Reyes Magos

¿Qué tal te has portado este año?, ¿qué has pedido a Papá Noel?, ¿has escrito la carta a los Reyes Magos?

El Esteru, el ayudante cántabro de los Reyes Magos.
El Esteru, el ayudante cántabro de los Reyes Magos.
El Esteru, el ayudante cántabro de los Reyes Magos

Son preguntas que por estas fechas son realizadas a todos los niños del mundo, aunque a veces son otros seres mágicos los que traen presentes a todos los niños y niñas, repartiéndose el trabajo de dar felicidad a los infantes.

La bruja Befana en Italia, Babushka en Rusia, Los Yule Lads en Islandia, Pedro el Negro en los Países Bajos, y los más cercanos a nosotros, el Tió de Nadal en Cataluña, el Olentzero en el País Vasco o el Apalpador en Galicia.

En Cantabria también tenemos una figura mitológica que representa la bondad en la tierra durante estas fechas, y no es otro que el Esteru.

Hace mucho tiempo, las anjanas, las hechiceras buenas de estas tierras, se dedicaban a ayudar a los Reyes Magos trayendo cada cuatro años a los niños más necesitados de la tierruca, zapatos y ropa.

Un día, una anjana estaba paseando por una ladera de un camino, dicen que cerca de la zona de Comillas o de Udías. Escuchó un llanto de un bebé junto a unos matorrales, se acercó dónde provenía ese lamento.

El pobre había sido abandonado, posiblemente porque sus padres no podían ocuparse de él. En esa época era costumbre, dejar a los niños en las lindes de los caminos, por si algún alma caritativa que pasara por allí se apiadara de él, o dejarles en las inclusas de los conventos.

La anjana le recogió y le llevó a casa de un buen leñador, el cual, le rezaba todas las noches junto a su mujer, para que les diesen descendencia, porque parece ser que la naturaleza había pasado de largo en su hogar.

El matrimonio le recibió con la mayor de las alegrías, le colmaron de amor, sabiduría y le enseñaron el oficio del leñador y carpintero.

La anjana que desde entonces se convirtió en su protectora a la sombra, le otorgó dos dones: la valentía y la bondad.

Los años pasaron y el muchacho creció, se convirtió en un buen mozo. Era un muchacho alto, de complexión ancha, larga barba y andares bonachones.

Vestía con ropajes gruesos, una boina oscura adornaba su larga cabellera y calzaba unas bonitas albarcas, regalo de su padre, que le permitía andar ágilmente por los pedregosos caminos.

Siempre estaba sonriendo, todos le conocían en el lugar por su maña con la madera.

Pero toda esa alegría desapareció al morir sus amados padres, y se sumió en una inmensa tristeza. Siempre se le veía cabizbajo acompañado de su inseparable amigo Burru, un borrico de inteligencia casi humana, tan semejante a su gentil compañero.

Solo sentía un poco de alegría, cuando se cruzaba con un pequeño zagal y viéndole que apenas tenía un palo para jugar, le regala algún juguete hecho por él. Entonces el corazón del Esteru se le iluminaba y volvía el calor a su entumecido cuerpo, ese día se acostaba con otro humor diferente.

A partir de entonces, cada niño que veía sin juguetes y sabía que era de buen corazón, le otorgaba un premio.

Viendo lo bueno que era en su trabajo y la felicidad que daba a los más pequeños de la casa, la buena anjana le propuso un trato: ayudar a los Reyes Magos a repartir regalos la noche mágica del 5 al 6 de enero a muchos lugares de Cantabria.

Y a partir de ese día, el Esteru pasó a convertirse en el ayudante cántabro de los Reyes Magos. No es raro verles, una vez terminado esa noche, tomando un rico chocolate con corbatas en algún rinconcito del monte, charlando animadamente y contando aventuras vividas por uno y otros.

Por tanto, queridos amiguitos, esa noche tan especial además de la leche, las galletas o roscones para Melchor, Gaspar y Baltasar, añadir un cuarto vaso más para el Esteru. ¡Ah! Y una zanahoria para Burru.