No soy de nadie

“¿Y tú de quién eres? De Marujita.

¿Y tú de quién eres? De Josefita, le dije yo a la vieja”

Así cantaba por los ochenta un grupo de pop español, “No me pises que llevo chanclas”, ¿lo recuerdan?, Una canción en la que nunca supimos el nombre de la persona preguntada y tan solo conocíamos su origen y procedencia maternopaternofilial.

Me ha venido al pelo esta estrofa para escribir este artículo tras una semana con un monotema que ya cansa hasta la saciedad. No voy a entrar a analizar el bofetón que se ha convertido en el alma estrella de unos pijos que se hacen notar alentando a la sociedad al haga usted lo que quiera si no le gusta lo que escucha, de eso ya se han encargado todos los medios, periodistas y venidos a menos de la televisión. Ambos casos son condenables, la violencia verbal y la física y ahí lo dejo.

Pero vamos a lo que quiero argumentar desde un punto de vista para mí objetivo, para ustedes lo contrario, para eso es un texto de opinión, y es el papel que ha jugado la mujer de este salvapatrias  Men in black.

Leas donde leas y escuches donde escuches no se ha dado el nombre de esta mujer en ningún sitio sin antes no nominarla con el sobrenombre que desde ahora va a tener esa persona en cuestión, ser la mujer de Will Smith. O lo que es lo mismo, le han asignado un nomen, praenomen y cognomen como en los tiempos de Cicerón, Catilina, César y hasta Plinio el joven.

Hasta tal grado de despropósito se ha llegado que hubo días en los que no sabía ni cómo se llamaba, solo era la mujer de, sin más. Y yo me pregunto, ¿hay manera más sutil de anular a una persona que no nombrarla? 

Un siglo en el que hemos avanzado para que podamos ir a banco a sacar nuestro propio dinero, para que no tengan que firmar nuestros maridos un contrato laboral, para que podamos heredar sin que tu cónyuge sea el que dé el consentimiento y ahora me encuentro una forma sibilina de anular de nuevo a la figura femenina, aludiendo que eres la esposa de, muy bonito, me ha encantado y me siento realizada como una col sembrada en el mar negro para ver si florezco como un experimento social.

Antiguamente la gente te preguntaba si usted era la señora de López o de García, de nuevo dejando en un segundo plano tu apellido paterno y se aceptaba como si tal cosa no fuera con los astros del universo; en definitiva, que normalizábamos lo que era meramente anormal.

No hay que retroceder años para encontrarse que la historia se repite, como una vuelta al calcetín, dándote un bofetón en la cara a manos llenas y dejando un tufillo que te quitan las ganas hasta de respirar.

Efectivamente, señores, soy la mujer de , la hija de, la nieta de, la suegra de, la  cuñada de... y si me apuran, hasta la madre que me parió soy, pero ustedes no van a quitarme lo único que tengo, mi identidad, una identidad que me la dan mis ancestros y que no son ustedes nadie para decirme si es más importante ser DE que ser única e irrepetible para ser quien soy, yo misma.

Me hierve la sangre y me sangran los oídos con solo escucharlo. De eso nadie se escandaliza como tampoco lo hacemos al ver que una se podría haber defendido sin necesitar que un macho Alfa lo hiciera por ella, qué triste es la vida del actor en Hollywood, cómo se aburren y qué buena imagen dan cuidando y anulando lo que consideran que es suyo en propiedad, que ya podía ser la intelectual, pero no, hablamos de la personal.

La gente se aburre, quizás demasiado, y eso da lugar a que la sociedad no recapacite en lo que se nos priva y en lo que no. Esto les puede parecer muy baladí, pero les aseguro que no lo es, es preocupante, rastrero y humillante.

Esa mujer Jada Pinkett, ha sido relegada al rango más bajo de la escala de la humanidad, dejando ver que es alguien por ser la acompañante de su marido. Y no se queja, se calla, mete la cabeza bajo la arena como una avestruz de falso plumaje y se queda tan ancha, porque para eso ya ha tomado las riendas su esposo, para que ella no sufra ni con el aire que la roza, sin más, así nos va.

Pues bien, señora mía, su actitud ha sido tan lastimera como la de su esposo, por lo que hágase un favor y aprenda a defenderse sola ,a darse el lugar que le corresponde y a no ser títere de un mundo, el televisivo, del que ha salido poco airosa.

No sé qué es más triste si ser la mujer de, o dejar serlo. Ahí lo dejo. Yo les aseguro que soy Mónica Iglesias Barrio y que estoy muy orgullosa de serlo, le pese a quien le pesa, sin tener que depender de mi marido, hijo, padres ni del sursum corda, que una ya está más cerca de la cincuentena y veo que la herencia moral que vamos a dejar a nuestras hijas es la de  depender sin lograr defender tu propia personalidad e identidad.

He dicho. Buenos días y con Dios.