‘Roméo et Juliette’, desde Shakespeare hasta Gounod
La Ópera de Oviedo llevó el pasado sábado de nuevo a escena una coproducción con la Ópera de Bilbao
Es sabido que Shakespeare fue un ideal para muchos compositores del Romanticismo, donde encontraron una enorme fuente de inspiración. La habilidad que demostraba el escritor para las tragedias dramáticas se aprecia en el caso de su ‘Romeo and Juliet’ (1596), donde se conjugan de una forma brillante los tres temas básicos de cualquier drama: el odio, el amor y la tragedia.
El argumento de ‘Romeo y Julieta’ no tiene complicaciones, con los dos amantes enfrentados al odio entre sus familias, los Montescos y los Capuletos, y una sociedad opresiva en sus costumbres que hará llegar al trágico final.
Un tema así ha sido un caramelo para escritores y compositores. En ópera son dos los títulos referenciales que trataron este argumento: ‘I Capuleti e i Montecchi’ (1830), de Vincenzo Bellini y, sobre todo, ‘Roméo et Juliette’ (1867) de Charles Gounod. Esta última destaca por la brillante orquestación en los momentos de clímax entre el amor, el odio y la tragedia. Así destacan sus preludios, el concertante del exilio y esa escena final con los dos amantes muriendo envueltos con los sonidos dramáticos de la música que llega a su máxima emoción.
Es difícil encontrar una pareja protagonista que cumpla con los requerimientos vocales que Gounod exige en su partitura, lo que origina que no sea un título muy representado, a pesar de ser uno de los más brillantes ejemplos del romanticismo lírico.
Así, en Santander esta ópera solo se ha representado en una ocasión, en noviembre de 2003 en el Palacio de Festivales, con una producción escénica del Teatro Villamarta de Jerez, y que contó con Massimo Giardano como Romeo, Leontina Vaduva como Julieta y Felipe Bou como Fray Lorenzo.
En Oviedo se estrenó este título en 1983, con el exquisito tenor francés Alain Vanzo como Romeo y la soprano Valerie Masterson como Julieta. Ya en enero de 2002, se volvió a subir a escena con la misma producción de Jerez que se pudo ver después en Santander, con un joven y espectacular Rolando Villazón en los inicios de su carrera, junto a Ainhoa Arteta, que consiguieron una química en escena difícil de olvidar.
Ahora la Ópera de Oviedo la ha llevado de nuevo a escena con una coproducción con la Ópera de Bilbao y que hemos podido ver este pasado sábado, día 18 de octubre, la última de las cinco funciones programadas. Es una producción escénica dirigida por Giorgia Guerra, muy básica en su planteamiento, sin ideas en la dirección de actores y falta de una coreografía destacable en el baile de máscaras. Mínimo uso de elementos de atrezzo, sustituido por proyecciones bastante molestas. Más interesante y cuidado el diseño de vestuario de Lorena Marín. La escena final fue lo más conseguido con el simbolismo de la tumba.
Pero como se sabe, en esta ópera la orquestación es fundamental, y aquí es donde las funciones de Oviedo se han saldado con éxito. Al frente de la dirección musical estuvo Audrey Saint-Gil, la directora francesa que ya dirigió en Oviedo la producción de Hamlet de Thomas en diciembre de 2022 y supuso su debut en un teatro español.
Dirigió a una orquesta Oviedo Filarmonía plena de sonoridad y contrastes melódicos, sobre todo en los preludios de cada acto, con especial cuidado en la bellísima escena del balcón. Hubo control entre foso y escena, concertando en los momentos más complicados, como en la escena de las luchas a espada o la gran escena final. Brillante la sección de cuerdas, junto al sonido del arpa y los solos de clarinete y del cello que acompañan al personaje de Romeo. Se echó en falta algunos matices de contrastes, que no empaña su buena labor.
Del reparto, la pareja protagonista salió airosa del reto musical. Todo un descubrimiento la soprano venezolana Génesis Moreno, soprano lírico ligera que afrontó el papel de Julieta desde la inocencia del principio al dramatismo del final. Tiene mucha facilidad para los agudos y buena técnica en las notas de paso. Con el transcurso de los años, su evolución vocal le deberá reforzar su registro central y graves, aún algo débiles. Afrontó con seguridad sus dos arias, en especial su gran escena del brebaje, ‘Amour, ranime mon courage’, que fue ovacionada, y su momento de la muerte, lleno de sentimiento.
El tenor jerezano Ismael Jordi afrontó el rol de Romeo con arrojo y seguridad. Su buen fraseo y fiato consiguen sortear las difíciles aristas vocales de su personaje (se nota la escuela de Kraus). Es elegante y hace creíble su personaje, estuvo musical en su cavatina “Ah! Lève-toi, soleil!”, y afrontó con seguridad los dúos y en el concertante del exilio. Se le notó ya algo fatigado en la escena final, “Salut! tombeau sombre et silencieux!”, algo natural después del gran esfuerzo de afrontar sus cuatro representaciones.
Bien David Lagares como Fray Laurent, al igual que Olga Syniakova como el paje Stéphano. Algo tosco Carlos Cosías como Tybalt y correctos el resto del reparto. Mención especial al Coro titular de la Ópera de Oviedo, coro Intermezzo, pleno de sonoridad, compacto y afinados, que fueron matizando y mejorando sus intervenciones a lo largo de la función.
Un buen éxito musical y con el público emocionado con el recuerdo de esa escena final, envueltos en la hermosa melodía orquestal que acompaña la muerte de los amantes: Seigneur, Seigneur, pardonnez-nous!.