MITOLOGÍA DE CANTABRIA

El ojáncano, el cíclope cántabro

Ilustración del ojáncano. Mª Pilar G.Pantaleón

Su único ojo está situado en la mitad de la frente, relumbra como una candela y está rodeado de arrugas pálidas con unos puntitos azules

Hemos hablado durante todo este tiempo que nos hemos adentrado en el mundo mitológico cántabro, la influencia que tiene en nuestras historias, culturas provenientes de otros lugares lejanos a nosotros, muchas de ellas traídas por visitantes en busca de comercio, tierras y riquezas que les podía proporcionar las tierras cántabras.

A lo largo del tiempo, no es difícil entender que todas estas visitas o asentamientos de griegos, romanos, celtas entre otros, hayan influido en la elaboración de nuestra cultura, adaptándola a nuestro modo de vida rural.

No es extraño oír historias de seres enormes, como titanes, seres que viven en el frondoso bosque y enormes cavernas, cuya fuerza es descomunal, y sean capaces de cambiar el curso del río, o destruir montañas.

Todos hemos oído hablar de los Yeti, del yokai (demonio japonés) Hitotsume-kozō, de los Hanuch de la mitología chilena, de Goliat, y los Cíclopes griegos, gigantes de un solo ojo que encontró Odiseo en uno de sus viajes de regreso a casa, o el poema de Luis Góngora que nos hablaba de uno de esos cíclopes llamado Polifemo, que se enamoró de una ninfa llamada Galatea.

Más cercanos a nosotros, podemos encontrar seres similares al mito que os voy a presentar hoy en las hurdes extremeñas como jáncano o pelujáncanu. Ya ¿sabéis quién es?. El ojáncano. El fiero ojáncano, el mal en la tierra. El ojáncano se describe como un gigantesco malhumorado cíclope de rostro redondo y tez morena, con tintes amarillentos, largas y bermejas barbas similares a las llamas. Sus cabellos son de un rojo menos intenso que el que posee en la barba. Tiene un pelo blanco en la barba que si se le arranca lo mata, haciéndolo invulnerable por suerte para nosotros.

Su único ojo está situado en la mitad de la frente, relumbra como una candela. Está rodeado de arrugas pálidas con unos puntitos azules. Tiene unas arrugas que le cruzan la frente, una roja y otra azul, y entre ellas hay un hoyo estrecho. Ese hoyo es el punto más débil que los ojáncanos, si le dan con una piedra, cae desplomado

Es alto y muy delgado, con los brazos gordos. Pero sus largas barbas y su cabello le rodean todo el cuerpo, haciéndolo más grande de lo que puede llegar a ser.

Su boca es enorme con dos filas de dientes, unos amarillos, otros verdes, negros y otros rubios. De su boca le sale un bao similar al que produce cuando se quema un monte. Su nariz es grande larga, allí es donde se posan los milanos que le traen las noticias producidas en el bosque

La voz del ojáncano es parecida al trueno, o a la corriente producida en invierno en los ríos. Dice, aunque no está comprobado, que tiene 10 dedos en cada mano, sus pies son redondos y grandes.

Aunque hemos dicho que su pelo le sirve como atuendo, en verdad se viste con una túnica hecha de cortezas de árbol, lleva un bastón negro que puede convertirse en víbora, lobo, o cuervo.

Se alimenta de hojas de Acebo, de las endrinas, bellotas, ovejas y vacas. Le encanta comer mazorcas de maíz, por tanto no es raro que se dedique a destruir los maizales en busca de su alimento favorito. También se alimenta de murciélagos, y golondrinas. A pesar de su mala fama, no hay constancia de que se haya alimentado de seres humanos.

Antítesis de la anjana

El ojáncano es la antítesis de la anjana. Es símbolo del odio, del enfado perpetuo, de la destrucción, la amenaza, y del maltrato. El ojáncano vive en cuevas escondidas del bosque, y mata a todo hombre que se encuentra en su camino cuando sale de ellas. Se dedica a robar a las pastoras más guapas.

Suele entretenerse llenando de piedras las fuentes, o despedazando las casas cabañas de los Cabreros. A las mozas, las mata y las lleva a su cueva, donde las entierra después de chuparles la sangre.

Cuando los ojáncanos son viejos, son asesinados por sus hijos, los cuales le abren la barriga y sacan las tripas. Al cabo de nueve meses, el cuerpo enterrado del antiguo monstruo, aparecen unos gusanos muy grandes que dicen que huele como a podrido. Esos gusanos van creciendo poco a poco y al cabo de tres años nacen de ellos, pequeños ojáncanos.

Temen a los sapos volanderos y a las lechuzas así como a las setas y las mayuetas, pequeñas fresitas silvestres muy típicas del norte de España.

A los niños más pequeños, cuando nacen, la madrina los mojaba las sienes y las puntas de los dedos con un objeto que hacían con agua bendita, laurel y un poco de harina, esto servía para ahuyentar a los ojáncanos, y evitar que los robasen. A las niñas se les hacía el mismo un ungüento pero sin harina.

Ya hemos dicho que las anjanas eran enemigas de los ojáncanos, pero bien existe una pequeña leyenda donde una anjana encontró a un ojáncano moribundo debido a que había sido atacado por unos lobos, ella le socorrió y le llevó a su palacio, que se encontraba debajo de la tierra, y le curó. El ojáncano muy agradecido se hizo inseparable de ella, y no era raro verles juntos tomando el sol y riendo.

A pesar de que la mayoría de los ojáncanos eran terriblemente malvados, y solo se dedicaban a hacer el mal y la destrucción allá por donde pisaban, también existían ojáncanos bendecidos, que no hacían mal a nadie. Las personas que se encontraban a tales ojáncanos los acariciaban como si fueran criaturas y ellos que eran muy agradecidos, les avisaban cuando venían los ojáncanos malvados.

Por tanto, como en todos los mitos, ni lo bueno es tan bueno, y lo malo tan malo, solo dependerá de la luz con la que se nace en el corazón.