CRÍTICA

Un Lago de los cisnes con poca agua y mucho humo

Representación del Lago de los cisnes.

El Ballet Nacional de Moldavia escenificó la obra en el Palacio de Festivales de Cantabria

Hay que reconocer que tiene su mérito realizar una extensa gira de actuaciones de ballet por una compañía de recursos limitados como es el Ballet Nacional de Moldavia.

Lleva varios meses en nuestro país con representaciones casi a diario en variados escenarios de distintas ciudades, lo cual es agotador para sus artistas y técnicos y, como es natural, se nota en la calidad de sus actuaciones. A todo ello hay que añadir las dificultades que supone la pandemia del covid-19 por el riesgo de contagios (suspendieron en Béjar).

De toda su extensa gira, han actuado también en Torrelavega con el estreno del ballet “Blancanieves y los siete enanitos”, es posible que su actuación en el Palacio de Festivales de Cantabria el día 8 de enero haya sido la única que han hecho con su orquesta en directo, lo cual es de agradecer como un aliciente más para ver danza y ballet, lo que supuso tener que doblar las funciones porque la prevista en un principio se llenó al poco de ponerse a la venta, y la segunda función también.

“El Lago de los cisnes” es hoy día uno de los grandes clásicos de la historia del ballet y, sin embargo, no tuvo gran aceptación en sus inicios. Su estreno tuvo lugar en marzo de 1877 en el teatro Bolshoi de Moscú con coreografía del checo Julius Reisinger y la música de Tchaikovsky, que era su primera composición para ballet. Las serias discrepancias entre ambos y una pobre producción la noche del estreno, llevaron a la obra casi al fracaso.

Se hicieron varias revisiones, pero tuvieron que ser los grandes coreógrafos Marius Petipa y Lev Ivanov los que se hicieran cargo de una nueva producción que se estrenó el 15 de enero de 1895 en el teatro Mariinski de San Petersburgo, dos años después de la muerte de Tchaikovsky, y está vez sí, con un gran éxito que ha llegado hasta nuestros días.

A pesar de la belleza melódica de su música, la obra tiene una gran complejidad técnica. La producción que hemos podido ver en Santander mantiene la estructura en cuatro actos con algunos cambios que se adaptan a la escuela rusa del ballet. Se sustituye el personaje de Benno, amigo y confidente de Sigfrido, por el bufón de la corte, y en vez del final trágico de la muerte de Odette se opta por un final feliz para los dos amantes, la muerte de Von Rothbart y la desaparición del maleficio. En mi opinión esto resta emoción y tensión a la historia, aunque contenta a cierto sector del público.

El reparto lo encabezó la propia directora artística de la compañía, Anastasia Khomitskaya, en el doble papel de Odette/Odile, y de Nicolai Nazarchevici como el príncipe Sigfrido. Superficial compenetración entre ambos y asumiendo pocos riesgos en sus pas de deux, tanto en el del acto del lago con el solo de violín y arpa, como en el Grand Pas de deux del tercer acto, donde Odile, el cisne negro, no realizó los difíciles “fouetté en tournant” sustituyéndolos por pasos en giro sobre la escena. Correcto el bufón y muy discretos el resto.

La orquesta, dirigida por Denis Ceausov, estuvo desajustada y desafinada sobre todo en los solos de violín y trompa, y algo mejor en los tutti orquestales.  Como decorados, unos telones de paisajes y una máquina de humo para las escenas del lago que hacía tanto ruido como efectos.  

Viendo la respuesta entusiasta del público a pesar de la discutible calidad de este modelo de actuaciones, yo me pregunto qué pasaría si se programara una buena producción de ballet con una orquesta en condiciones. Para la reflexión. Imaginación al poder.