Unas Bodas de Fígaro sin teatro en el FIS

Las Bodas de Fígaro se representó en el palacio de Festivales.

El Festival Internacional de Santander (FIS) programó una ópera en versión de “concierto dramatizada”, como hemos podido ver este sábado, día 6 de agosto, en el Palacio de Festivales

El Festival Internacional de Santander (FIS) sigue su curso y ha querido incluir en su programación una ópera aunque fuera en versión de “concierto dramatizada”, como hemos podido ver este sábado, día 6 de agosto, en el Palacio de Festivales. Una opción válida para que los presupuestos no se disparen aunque sea una fórmula que tiene sus evidentes limitaciones.

Se ha elegido para esta ocasión una de las óperas más teatrales de Mozart, ‘Le nozze di Figaro’, posiblemente poseedora de uno de los libretos más brillantes salidos de la mente del gran Lorenzo Da Ponte. La función se dedicó a la memoria de la insigne Teresa Berganza, una de sus grandes intérpretes.

Basada en la obra de teatro de Pierre Caron de Beaumarchais ‘La folle journée, ou Le mariage de Figaro’,  se estrenó con un enorme éxito en Viena el día 1 de mayo de 1786. Es una crítica feroz al sistema clasista de la época, por no hablar del machismo imperante y esa costumbre al “derecho de pernada” de ciertos nobles con sus criadas. A pesar de los problemas con la censura imperante de la época, se consideró desde su estreno una de las obras maestras salidas de la colaboración entre Mozart y Da Ponte.

Solidez musical

La versión que hemos podido escuchar en Santander tiene su base principal en la solidez musical que presenta un experto mozartiano como es Marc Minkowski al frente de Les Musiciens du Louvre, uno de los conjuntos de más renombre para este repertorio y con instrumentos originales.

Minkowski ofrece una versión llena de fuerza, ya desde la obertura nos deja clara sus intenciones con momentos de fuerte lirismo y otras con evidente energía, con un control férreo sobre los músicos, con una distribución distinta a la habitual, y sobre los cantantes. Todo funciona como un conjunto sólido y bien concertado que, a fin de cuentas, es la clave para un buen resultado al interpretar a Mozart. 

El reparto está formado por cantantes escogidos por el propio Minkowski, voces no del todo uniformes y con altibajos vocales. Se puede destacar a Arianna Venditelli como una Susana lírica y expresiva de buena musicalidad y gusto. La soprano rumana Iulia Maria Dan fue una Condesa elegante, voz nítida aunque con graves endebles, que destacó en su ‘Dove son’ cantado con gusto y bien fraseado.

Divertida y con gracia vocal el Cherubino de Chiara Skerath, sorteando con soltura las escenas más burlescas de la historia, a destacar su ‘Voi che sapete’ cantado con estilo y bien acompañada por Minkowski.

Menos convincente estuvo Thomas Dolié en el papel del Conde Almaviva a pesar de su meritorio esfuerzo, pero con un estilo vocal que no acabó de cuajar. Y muy sobreactuado el bajo barítono canadiense Robert Gleadow como Fígaro, de voz algo tosca, pobre vocalización y exagerando expresiones y gestos que deslucieron su personaje, además de los problemas que pasó sudando de forma constante con gestos de clara incomodidad. Correctos el resto de personajes.

La parte más problemática vino al hacer esta versión “de concierto dramatizada”. En una obra tan teatral se echa en falta la gracia de escenas de enredo, equívocos, engaños, escondites, malos entendidos, que tanto lucen en el libreto de Da Ponte. No era ni versión de concierto como tal, ni era representada; fue una especie de mezcla que, a pesar del buen hacer de todo el reparto, no conseguía conectar con el público, que se mantuvo muy frío sobre todo en la primera parte casi sin aplausos.

Ya en la segunda parte la cosa se calentó algo más, sobre todo desde el momento en que Minkowski encomendó al público a aplaudir después de cada aria, casi obligando a ello, algo inaudito. El bellísimo concertante final, resuelto de manera brillante, animó por fin al público, que no llenó la Sala Argenta, premiando a todo el conjunto con muestras de aprobación.

Y, al final, Minkowski se pudo relajar y quitarse el sudor que también le tuvo incómodo y molesto durante toda la función.